Mi abuela Gladys está sentada en el balcón observando la escena de terror, como si de un culebrón se tratara, serena pero boquiabierta. Mi tio Vlad está cargando una escopeta dispuesto a matar a quien se ponga por delante. No sé ni de dónde la ha sacado. ¿Desde cuándo tiene una escopeta en casa?…., ¿no está prohibida la venta de armas?…, se me escapan muchas cosas.
No hace falta decir nada; suspiro y me abrazo a ellos como nunca lo había hecho. Enseguida noto un tono de frialdad y distanciamiento, aunque no le doy mucha importancia. Algo nos está invadiendo y hay que luchar como sea. O al menos eso es lo que me transmiten sus gestos, y los míos, y los de la gente del barrio…
A medias penas puedo mediar palabra e intentar que me expliquen que es lo que está sucediendo, tan solo asentir y aceptar como transcurre todo como si de un día normal se tratara.
-¿¿¡¡¿Qué es lo que pasa tío???!!, ¡¿¿Quiénes son esos monstruos???!- alcanzo a gritar desesperada.
Ninguna respuesta.
Al otro lado de la estancia, mi abuela sigue sumida en las más míseras de las misas sepulcrales sin decir nada, sentada de rodillas y con las manos juntas pegadas al pecho. Se inclina arriba y abajo en un suave balanceo automático, y oigo como apenas le sale un hilillo de voz, pero lo suficientemente alto como para reconocer en él unas plegarias apocalípticas hacia Jesús.
– Éste debe estar en estos momentos poniendo la oreja en mil lugares- pienso en voz alta.
«Lo que tiene el ser humano, a punto de sucumbir ante el apocalipsis de vete a saber qué y sus últimos suspiros y energía van dedicados en rezar a Dios. Dios nos protegerá, Dios nos salvará y sacará de ésta, Dios todopoderoso posará su mano en mi hombro y me ayudará en los últimos momentos de mi existencia, antes de que un monstruo gigante venga, me aniquile por completo y me sumerja hacia su inframundo. Aliviará mi dolor, aliviará este sufrimiento, la penitencia divina de ser un buen cristiano.»- reflexiono, esta vez hacia dentro.
Mientras mi abuela reza como si no hubiera mañana, mi tío se concentra en el arma que tiene entre las manos. Nunca le había visto así. A raíz de lo hechos, nace en mí un instinto de supervivencia, algo que me sube la sangre rápidamente hasta el cuello, me ahoga y me enzarza en un subidón de alerta repentino; no me queda otra que coger cuatro cosas que tengo en la habitación e intentar salir de casa.
Deprisa, abro la puerta de mi habitación, pero noto una desubicación enorme. Observo como la ansiedad, fruto de un miedo espontáneo, empieza a apoderarse de todo mi cuerpo; comienzo a temblar muy fuerte. No sé exactamente cuánto transcurre pero la noción del tiempo es un mero pasajero que saluda y se va. El miedo ya se ha instalado en mis pensamientos también. Entro en estado de pánico.