La economía feminista promueve una crítica a la lógica que hay detrás de toda la acumulación de capital, un desarollo que empieza y se funde sobre la explotación del trabajo humano y la privatización, tanto de la riqueza natural como de la producida por y para el mercado capital.[1] Esta debe demostrar que la escasez del mundo está únicamente ligada a las desigualdades sociales, cuyo sistema oprime y se apropia de la riqueza natural sin preocuparse por la reproducción y el legado a las generaciones futuras.[2]
Desde un enfoque feminista, y de acuerdo con Silvia Federeci en su libro Reencarnar al Mundo, los comunes serían formas de organización comunitaria en sociedad, que, contrarias a la globalización y a la aceleración productiva del desarrollo a gran escala y sin contemplaciones, comparten una perspectiva común de un mundo sin este capitalismo, que cuestione la reproducción social en el centro del cambio social. Desde esta perspectiva, la política de los comunes se refiere al punto de partida en la lucha contra la discriminación sexual y sobre el trabajo reproductivo de las mujeres, la piedra angular desde donde se triangula toda organización social, y que alude a la separación entre el ámbito público y privado, algo que ha contribuido durante mucho tiempo a la explotación del papel de la mujer en la familia y en el hogar. [3]
Contrariamente, los comuneros también son aquellas organizaciones en los que «sus miembros comparten el acceso a los recursos disponibles para todos, pero siendo indiferentes a los intereses ajenos, por lo que no siempre este tipo de organizaciones», según Federici, «son igualitarias y nacen de la movilización ciudadana». Un ejemplo de reunificación desigual son las Asambleas legislativas en Latinoamérica, donde la toma de decisiones sobre asuntos de los pueblos indígenas y sobre las mujeres, excluye su misma participación, al establecerse todo desde una cosmovisión profundamente patriarcal. En este caso, la representación y reconocimiento de los pueblos indígenas son indispensables, dando sentido a la lucha feminista por la defensa de los cuerpos de las mujeres y el derecho a decidir sobre sí mismas, a la defensa de sus territorios, ejerciendo la defensa a la libre expresión de protesta, e insistiendo en la necesidad de cooperación entre organizaciones, con gobierno o sin ellos, para que estos cumplan los convenios y tratados internacionales.[4]
En los años 90, en el continente africano se observa también un importante movimiento de mujeres en defensa del derecho a la propiedad de las tierras de las que eran excluidas, primero en el campo y luego en la ciudad, reafirmando la política de lo común hacia este recurso. En este sentido, cuanto más aumentaba la demanda de tierra, más severas fueron las restricciones impuestas a las mujeres sobre su acceso. Es un ejemplo de cómo, la colonización y el neoliberalismo de mercado, abanderando el “desarrollo moderno”, marca las pautas que cambian las economías de subsistencia del lugar (autónomas, autosuficientes e imaginativas), basadas en la agricultura, cultivos, pesca, etc., que pasan a una cercamiento y posterior privatización en manos del Estado y compañías privadas.
Queda claro que el empleo correcto de los “comunes” sin connotaciones de rechazo a la alteridad, bajo una auténtica visión de bien común en comunidad(entendida como un tipo de relación basada en lazos solidarios, trabajo cooperativo y responsabilidad de las personas con el medio ambiente) es el primer paso hacia la producción de los comunes. Esta requiere, primeramente, de una profunda reeducación y transformación del modo de vida habitual y una reflexión crítica a la manera de producir, reproducir y consumir en el mundo, y esto solo se consigue bajo una mirada auténticamente feminista.
Indoctamente, se ignoran las condiciones bajo las cuales son producidas las mercancías y productos del mercado, y, por tanto, el coste social y medioambiental que esto tiene como destino en otros rincones del mundo. Esta ignorancia férrea tiene su raíz en la división social del trabajo provocada por el capitalismo, que hace que la cadena productiva funcione para unos, mientras que para otros suponga un sufrimiento prolongado en el tiempo. De acuerdo con una afirmación de Maria Mies, “la globalización empeora la crisis humana ensanchando la distancia entre lo producido y lo consumido e intensifica la negación frente a la sangre volcada en los alimentos que consumimos, las ropas que vestimos y los ordenadores que compramos”. [5]
Referencias:
[1] Quiroga, Natalia & Dobre, Patricio (2019). Luchas y alternativas para una economía feminista emancipatoria. Compilatorio, CLACSO.
[2] Quiroga, Natalia. Lectura sobre teoría feminista.
[3] Federici, Silvia. Reencantar al mundo. El feminismo y la política de los comunes (2000). Ed. Traficante de Sueños. Madrid. Pág. 161.
[4] Artículo del Boletín nº 68 Entrepueblos/Entrepobles/Entrepobos por Clara Ruiz. https://www.entrepueblos.org/publicaciones/mujeres-y-conflictos-ecosociales/
[5] Federici, Silvia. Reencantar al mundo. El feminismo y la política de los comunes (2000). Ed. Traficante de Sueños. Madrid. Pág. 162
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